Domus Logico-Philosophicus: La casa de Wittgenstein
Pablo Emilio Aguilar Reyes
Resumen
Este artículo busca establecer un vínculo transdisciplinario entre arquitectura y filosofía a través de la casa construida por el filósofo analítico Ludwig Wittgenstein. Tras un análisis morfológico y fenomenológico, la casa puede entenderse como objeto arquitectónico y estructura conceptual. El objetivo es leerla como un motivo fundamental en el devenir filosófico de Wittgenstein, en vez de simplemente una etapa anecdótica en su vida fugaz.
Palabras clave: arquitectura, filosofía, Ludwig Wittgenstein, habitar, lenguaje, Viena
Domus Logico-Philosophicus. Wittgenstein’s house
Pablo Emilio Aguilar Reyes
Abstract
This paper seeks to establish a transdisciplinary connection between architecture and philosophy though the house built by analytic philosopher Ludwig Wittgenstein. After a morphological and phenomenological analysis of said house, it can be understood as both architectural an object and a conceptual structure. The objective is to view the house as a fundamental feat in Wittgenstein’s philosophical trajectory rather than being merely an anecdotal moment in his fleeting life.
Keywords: architecture, philosophy, Ludwig Wittgenstein, habitat, language, Vienna
El trabajo en la filosofía –como el trabajo en la arquitectura, en muchos aspectos– es realmente más un trabajo sobre uno mismo. Sobre la propia comprensión. Sobre cómo uno entiende las cosas y sobre lo que esperamos de ellas
Ludwig Wittgenstein
Antecedentes
De la primera mitad del siglo XX surgieron varias mentes brillantes, pocas tan inquietas y abarcadoras como la de Ludwig Wittgenstein (Viena 1889-Cambridge 1951). Fue el octavo y último hijo de una familia de la más alta burguesía de la Viena de los Habsburgo. La Viena de finales de siglo XIX era una ciudad repleta de decadencia moral y estética, y al mismo tiempo, con una producción cultural y artística sin precedentes, con la que buscaba contrarrestar su deterioro. En palabras de Karl Kraus, Viena era el “laboratorio de investigación para la destrucción del mundo”. Kafka, Freud, Schönberg, Loos y Klimt, entre otros muchos, fueron parte de esta proliferante ágora, en la cual podemos introducir indiscutiblemente el nombre de Wittgenstein.
Los frívolos críticos de las nuevas pasiones modernas maldecían los movimientos culturales que allí se desarrollaban, y los juzgaban como una mayor atrofia de los supuestos valores establecidos.Dentro de toda esta esta tensión ideológica, el padre de Wittgenstein –un estricto y severo hombre de negocios– quería que sus hijos fuesen educados en casa. Las piezas musicales de compositores como Johannes Brahms y Gustav Mahler resonaban en las salas de música del hogar de los Wittgenstein, tocadas por sus autores durante sus frecuentes visitas, además la familia estaba a la cabeza de un mecenazgo de arte importante. Todo el estímulo intelectual necesario para el cultivo de la mente era accesible a Wittgenstein desde temprana edad.
A los catorce años, tras el suicidio de tres de sus hermanos, su padre cedió en mandarlo a la escuela después de haber manifestado su deseo. Se le adjudica haber estudiado en la misma escuela secundaria que Adolf Hitler en Linz, aunque no es probable que se hayan conocido a pesar de haber tenido la misma edad, pues a Hitler lo retrasaron un año mientras que al joven Wittgenstein lo ascendieron otro. 3214N1 Se alejó de Viena en 1906 para entrar a la universidad, primero en Berlín y después en Manchester. Osciló entre las disciplinas de aeronáutica e ingeniería mecánica, las cuales admiraba como expresión de modernidad. A pesar de haber destacado en estas ciencias, desarrolló un fuerte entusiasmo por las matemáticas, sus fundamentos y estructuras teóricas. Luego de leer a Bertrand Russell y Gottlob Frege, entró en un “estado de agitación casi patológico” 3214N2 y decidió cambiar de vocación y estudiar lógica y los fundamentos de las matemáticas. Acudió a Frege para ser instruido y después de compartirle algunas de sus reflexiones, éste le dijo que sus inquietudes filosóficas encontrarían mejor diálogo con Russell. Wittgenstein fue protegido del filósofo británico durante su estancia en el Trinity College de Cambridge; ambos forjaron una relación simbiótica y sus producciones filosóficas trascendieron entrañablemente en la del otro. Russell le dijo a Hermine, hermana de Ludwig, en una ocasión en la que invitó a ambos a tomar el té; “esperamos que el próximo gran paso en filosofía sea tomado por tu hermano”, Ludwig tenia veintitrés años. 3214N3
Los siguientes años de Wittgenstein fueron arduos y agitados. Tras la muerte de su padre recibió una herencia abundante, pero el dinero parecía pesarle más de lo que lo liberaba. Por ello decidió regalarlo, primero a diferentes artistas en pequeñas dosis, y después, de un sólo golpe, entre sus hermanos. En busca de algún reto que validara su existencia, decidió ser voluntario en la Primera Guerra Mundial con el emblema del ejercito austrohúngaro, hazaña traumática y primordial para su desarrollo. Fue en esta etapa coyuntural donde comenzó a escribir lo que después depuraría en el Tractatus Logico-Philosophicus, su obra filosófica cumbre (y única) publicada en 1922, con una introducción de Russell. Afirmaba que dentro de la compilación de aforismos 3214N4 que es el Tractatus, estaban las respuestas a todos los problemas filosóficos, de modo que consideró que se podía retirar del quehacer filosófico satisfecho. 3214N5
El tractatus
El Tractatus Logico-Philosophicus es una obra determinante para la trayectoria de Wittgenstein y un parteaguas en la filosofía analítica. Sintetizado de forma muy burda, el Tractatus habla sobre la relación compleja entre realidad, pensamiento y lenguaje. Para Wittgenstein, el lenguaje es la forma perceptible del pensamiento, que está ligado a la realidad por medio de formas y estructuras lógicas. Plantea que con el lenguaje hacemos figuras del mundo y de esta forma lo descubrimos, aunque el mundo nos es inabordable y sólo aspiramos a representarlo. El lenguaje es como un par de lentes que enmarcan nuestra vista, pero con un rango de visibilidad limitado, los cuales nunca nos podremos quitar. Un ejemplo de esto es que, irónicamente, no puedo dar un ejemplo, no puedo hablar de algo que no puedo identificar y describir con palabras. 3214N6 En esta relación de lenguaje, lógica y mundo, subyace la ruptura que Wittgenstein crea con conceptos como ética, estética, misticismo y religión. 3214N7 Estos conceptos son metafísicos y no existen en el mundo. De estas reflexiones surge la naturaleza racionalista del Tractatus, pues en el mundo sólo hay hechos y nuestra voluntad por sí sola no lo modifica. Los conocimientos metafísicos son el resultado de la voluntad de querer llevar más allá los límites del lenguaje –de querer ampliar el rango de visibilidad de los lentes. Según Wittgenstein, esto suele dejar pendientes más dudas de las que resuelve –la vista con los lentes se puede volver borrosa. 3214N8
La construcción
Después de la publicación del Tractatus Logico-Philosophicus (1922), su hermana Margaret se encontró en proceso de hacer una casa para ella y su familia en Viena, empresa a la cual invitó a Wittgenstein en 1926. La arquitectura siempre tuvo lugar en la vida del filósofo de una forma u otra. Nana Last argumenta que en la obra de Wittgenstein, tanto el en Tractatus como en su obra póstuma, hay muchos guiños literarios y metáforas espaciales y visuales, como escritas por alguien experto en esta materia. 3214N9 C. M. Mason, un colega que compartió con él el laboratorio de aeronáutica en sus años de estancia en la universidad, refiere frecuentes pláticas con Wittgenstein sobre diseño y arquitectura. De la misma forma, David Pinsent, un amigo que tuvo en Cambridge, describe su experiencia al salir con Wittgenstein a comprar muebles para su estancia como emocionante, pero fastidiosa, dado que ningún artículo parecía lo suficientemente minimalista para su agrado. En 1914 conoció a Adolf Loos, con quien entabló una amistad sólida hasta su muerte en 1933; inclusive Loos estuvo entre los beneficiarios cuando Wittgenstein repartió su heredada fortuna entre artistas. 3214N10
Wittgenstein se incorporó a la producción de la casa de manera paulatina en un momento clave del diseño, pues el concepto general ya estaba aunque la construcción no había comenzado. El arquitecto al mando a la llegada de Wittgenstein era Paul Engelmann, estimado por la familia, amigo de Wittgenstein y aprendiz de Loos. Éste los presentó en 1916, cuando todavía era su discípulo. El arquitecto Engelmann ya tenía un diseño preliminar de disposición espacial que hizo en conjunto con Margaret, en el cual es evidente la influencia del Loos. El diseño inicial de Engelmann sería la piedra bruta que Wittgenstein puliría hasta hacerla brillar. Wittgenstein nunca rechazó los planos preliminares de Engelmann y el anteproyecto fue sometido a relativamente pocos (aunque importantes) cambios, pero fueron su fuerte carácter e intensa personalidad lo que apartó gradualmente a Engelmann. Los planos finales de la casa sólo fueron firmados por Wittgenstein, con el título de arquitecto antes de su nombre.
Wittgenstein se comprometió afanosamente con el proyecto arquitectónico, como si hubiese algo más que la simple construcción de una casa (¿lo habría?). Su entusiasmo alcanzó niveles obsesivos. Se tomó un año para diseñar y manufacturar las puertas y ventanas esbeltas y sus respectivos marcos, perillas, manijas, etcétera; dedicó otro año completo a elaborar los radiadores de calefacción. Su hermana Hermine escribe:
Recuerdo, por ejemplo, dos pequeños, radiadores de hierro fundido negro, que están en dos esquinas correspondientes de un pequeño cuarto. ¡La simple simetría de estos dos objetos obscuros en el cuarto luminoso me dio una sensación de bienestar! Los radiadores eran perfectos por sus proporciones y por su precisa y esbelta forma, que pasaban desapercibidos cuando Margaret los usaba al pasar la temporada de frio como base para sus hermosos objetos de arte. 3214N11
Al decidir que en la casa no habría lugar para cortinas, instaló un sistema de persianas metálicas –con un peso de 150 kg– en el exterior de las ventanas, cada una con un mecanismo para controlar su graduación, todo diseñado por él. Asimismo, gran parte de la construcción estuvo bajo su supervisión. Su obsesión alcanzó su punto cumbre al momento de limpiar la casa para ser entregada, se dio cuenta que una losa estaba 3 cm por debajo de lo proyectado. Exigió que se derrumbara y volviera a colar. El dinero y el tiempo podrían ser despilfarrados, pero la perfección y las proporciones exactas que él había diseñado jamás podrían ser comprometidas. La casa se concluyó y comenzó a ser habitada en 1928. 3214N12
El domus
A simple vista, se puede apreciar que la casa no está ligada de ninguna forma particular a su contexto citadino vienés. Tampoco es legible su función desde el exterior, no hay nada que la delate como hogar para una familia. Desde afuera resulta una unión de cuerpos geométricos intersecados; muros de carga y columnas delimitan sus espacios interiores. Podría ser fácilmente confundida con una construcción de Loos; haría falta entrar para darse cuenta que es de la autoría de un hombre con ambiciones diferentes, que tal vez estén más allá de la arquitectura. Carece del afamado Raumplan loosiano y la ornamentación no sólo es negada, sino que ni siquiera es tomada en cuenta. Se antoja darle la etiqueta de arquitectura funcionalista, pero esto sería atarla a un movimiento y tiempo específicos, pues la fuerza que evoca esta casa tiende más a la atemporalidad. Es exagerada en su aparente simplicidad. La falta de expresividad de sus espacios calculados es su sustancia esencial.
La casa es blanca por fuera; por dentro, los muros y techos están aplanados en un grisáceo claro y con un color ocre extremadamente pálido. Contrastantemente, los pisos son de piedra negra reflejante. Las puertas y ventanas son de metal y vidrio, y en el centro exacto de cada cuarto hay un foco descubierto de 200 w en el techo. En general, el uso de materiales es austero y sobrio, aunque elegante.
Los materiales de la casa constituyen una fracción del manifiesto arquitectónico de la casa; la otra parte está dada por su composición geométrica, de simetría y de proporción. Las proporciones de los espacios, muros, puertas, ventanas, columnas y pilastras están proyectadas con precisión milimétrica. La altura de la sala es de 3.84 m y la manivela de la puerta está a 1.43 m del piso, las manivelas de los otros cuartos están a 1.54 m de altura. No hay curvas ni diagonales, todas las superficies de la casa se encuentran a 90 grados. En la planta general, la asimetría es intencional (posiblemente influencia de Loos), pero la simetría en las puertas y muros divisorios la compensa. Para lograr efectos simétricos, algunos muros tuvieron que ser ensanchados y las juntas de piedra artificial en los pisos están perfectamente alineadas con las puertas de los cuartos. Es una casa única en su composición minuciosa, independientemente de cualquier juicio estético. Está apartada de la existencia de aquél que la perciba, está en un estado de perpetua neutralidad y pone a prueba el sentido de precepción. Hermine Wittgenstein escribió sobre la casa: “parece un hogar para los dioses”, 3214N13 y en efecto, su esterilidad resulta perturbadora.
Casa Stonborough-Wittgenstein. Fotografía: Aldo Ernstbrunner, 2010.
Casa Stonborough-Wittgenstein, vista desde el este. Situación actual.
Análisis
No me interesa erigir un edificio, sino… presentar ante mí mismo los fundamentos de toda edificación posible. 3214N14
A partir de esta última cita de Wittgenstein se puede afirmar que el proyecto arquitectónico no era la casa en sí misma, sino que tenía un trasfondo filosófico. La casa se concibe deliberadamente como extensión de la filosofía de Wittgenstein, particularmente la del Tractatus. 3214N15 Otra prueba de esto podría ser la confesión que hizo Wittgenstein. Admitió que la casa le parecía austera y no tenía mucha vida ni salud; esto indica que fue un proyecto más complejo que meras ambiciones estéticas. Wittgenstein le imprimió una cualidad que, aunque se manifiesta de forma física en la arquitectura, la trasciende. Es el Tractatus hecho Domus.
El proyecto es analógicamente un teorema, con todas sus características –invariable e inmóvil, no sujeto a experiencias propias, repetible y ajeno a todo valor. 3214N16 He aquí otra gran diferencia entre la arquitectura de Adolf Loos o el plano original de Engelmann y el producto final diseñado y construido por un filósofo; mientras que un tipo de arquitectura es funcionalismo terrenal de vanguardia, el otro tipo es un manifiesto filosófico independiente. ¿Dónde está esta relación?, ¿por qué las características arquitectónicas de la casa la convierten en “teorema” o extensión de la filosofía escrita por el mismo autor de la casa? Si se supone que en el mundo no hay valor, sólo hechos, ¿cómo se llega a esas conclusiones?
Ante estas preguntas surge la necesidad de un nuevo vínculo entre las disciplinas arquitectura y filosofía, una idea que atañe a las dos de forma horizontal, sin que ninguna sea sometida por la otra. Hablo del concepto de habitar, específicamente, del habitar doméstico, pues el tema en cuestión es, a final de cuentas, una casa. Wittgenstein no parece haber diseñado una casa para una familia, un niño no puede alcanzar una manivela que está a 1.54 metros del piso, y ha de ser difícil sembrar valores familiares en un lugar tan poco hospitalario. Tampoco resulta una casa para él mismo. Lo que él proyectó fue una casa para una tercera persona, un individuo hipotético que entiende las doctrinas del Tractatus y habita bajo sus premisas.
¿Cómo vive este individuo? Ante todo, es una persona –si es que así se le puede llamar– que, por un lado, vive en armonía consigo mismo, pues conoce bien los límites de su lenguaje, o por lo menos sabe que existen. Si retomamos la analogía anteriormente mencionada del lenguaje representado por un par de lentes, sus lentes están bien puestos y no frunce el ceño para alcanzar lo que escapa a su rango de visibilidad; sabe que el límite de su visión llega hasta cierta distancia y no podrá ver más allá. La casa Wittgenstein, con sus características ya mencionadas, le permite a su morador habitar en paz; estar vaciada de ornato y pretensión también la hace fácilmente descriptible y habitable para quien vive aquí. No tiene que arremeter contra los límites de su lenguaje para estar en la casa, no tiene que convencerse a sí mismo de valores estéticos impuestos porque en esta casa no los hay. Por otro lado, a este individuo le molesta salir, vive con cierta discrepancia con el mundo y con su limitada capacidad para describirlo. Su santuario es su casa, mundana y simple en su apariencia y composición, y más importante todavía, fácil de habitar para él. En su casa habría muy pocos muebles, pues entre más cosas hubiera desalineadas con las dimensiones y simetría de la casa, más se trastocaría su habitar.
A pesar de que en este espacio tremendamente racionalista se siente más en tranquilidad consigo mismo, nuestro morador nunca está completamente satisfecho, puede llegar a sentirse frustrado: éste no es su hogar. No porque le parezca un lugar incómodo, sino porque se niega a aceptar el concepto metafísico “hogar”. Se opone a la idea de sentirse en casa, porque no puede describir esa sensación de hogar que el resto de las personas busca tener. Para él, cualquier lugar puede ser su hogar, pero al mismo tiempo, ninguno lo es. Debido a esta anomalía, el individuo puede habitar la sala de la misma forma que un cuarto; todos son espacios indistintos para él. Todos los cuartos de la casa tienen proporciones matemáticas similares en su precisión y falta de expresión para que pueda habitarlos indistintamente. Tal vez un día duerma en la sala, otro en un cuarto y el siguiente en uno distinto; se decidirá por lo que le quede más a la mano según su situación, pues el individuo es pragmático, como la casa, como el Tractatus.
Es tentador imaginar que este individuo se pasea por los pasillos silenciosos y blancos con ropa clara, como los muros de la casa, para igualar la estética del lugar donde vive. El habitante de esta casa se cubre con ropa del color y estilo que sea en tanto que no comunique ningún mensaje, pues si siente la necesidad de decir algo sabe que su lenguaje le alcanza, y no quiere ser propenso a malentendidos por parte de otras personas que interpreten su ropa de manera errónea. Es consciente de que ni su casa, ni su ropa pueden transmitir un mensaje con la misma lógica de su lenguaje.
Planta baja. Fuente: Archivo Baupolizei, Viena.


Plantas del primer y segundo piso. Fuente: Archivo Baupolizei, Viena.

Vista desde el salón principal hacia la puerta. Detalle. Fotografía: Margherita Spiluttini, Viena.

El salón principal. Fotografía: Moritz Nähr. Fuente: Wittgenstein Archive, Cambrige.
Conclusión
En estas líneas he construido una interpretación del habitar en la casa de Wittgenstein. En este breve análisis de la habitabilidad de la casa a través del individuo hipotético hay problemas latentes. Evidentemente, tal individuo nunca podría existir, pues escapa totalmente de la condición humana. Toda persona se preocupa de asuntos éticos, estéticos o abstractos en general; todos nos hemos encontrado enredados en lo más difuso de nuestra aprehensión.
El problema al analizar el habitar de esta casa radica en que el concepto “habitar” se quiebra ante el racionalismo del Tractatus, pues puede que esté más allá de los límites del lenguaje. Es difícil que el habitar sea descrito; es vivencial, y tal vez por este tipo de disyuntivas existan los problemas filosóficos que Wittgenstein presume arreglar. Wittgenstein no niega la existencia de asuntos de corte metafísico u ontológico –eso sería imposible–, sino que, con el Tractatus, evidencia que los tendemos a abordar de manera errónea: desde el lenguaje, cuando tal vez debamos afrontarlas desde el arte, la poesía y las pasiones –para él, la arquitectura. Ejemplo de ello lo ofrece el propio Tractatus, pues hace lo mismo que denuncia al hablar de cosas que escapan al lenguaje desde el mismo lenguaje y la lógica.
Los sentimientos que nos estremecen suelen salirse del lenguaje, nos perturban o liberan desde lo más profundo y no logramos explicarnos a nosotros mismos por qué; son éstos en realidad llamados para la creación y no sujetos de lenguaje. Tal puede ser un motivo por el cual Wittgenstein construye la casa, para salirse del lenguaje y hacer una proposición desde la arquitectura. Él mismo generó algo abstracto al buscar relacionar su arquitectura con su obra filosófica.
La casa fue habitada por Margaret durante un tiempo considerable. Todas sus pertenencias, mobiliario antiguo, esculturas clásicas, biombos y pergaminos chinos inundaron la casa, despojándola de su carácter intencional de simplicidad y perfección. Wittgenstein pasaría a ser el principal crítico del Tractatus en su obra póstuma Investigaciones filosóficas. La casa vienesa nos deja reflexiones interesantes sobre el vaivén del habitar y de la arquitectura en general. Tanto casa como filosofía encarnan una sola obra que permanece en un estado perpetuo de apertura a la interpretación personal. De cualquier forma, siempre será una hazaña arrojada comentar sobre el mismo filósofo hecho arquitecto que escribió: “De lo que no se puede hablar, mejor es callarse”. 3214N17
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Pablo Emilio Aguilar Reyes
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